La jornada partió de madrugada en Santiago, con rumbo al corazón frutícola de Curicó, Chile. El objetivo era entender, in situ, cómo se construye una cereza de exportación en un año desafiante, y cómo se articula el trabajo entre productores y Copefrut aprovechando un año que marca a esta compañía, sus 70 años de vida.
La primera parada fue Romeral, en el huerto Las Rosas, de la familia del productor Carlos Fuenzalida a cargo de uno de sus hijos, Sebastián, la segunda fue la planta de cerezas de Copefrut, a solo tres kilómetros del predio. El recorrido permitió ver la cadena completa: del árbol al contenedor, y de allí al supermercado donde los consumidores adquieren esta deliciosa fruta al otro lado del mundo.


En Las Rosas, Sebastián Fuenzalida recibe al grupo acompañado de su padre, Carlos Fuenzalida, de profesión contador que se enamoró de la agricultura y que a su vez siempre quiso ser independiente, don Carlos es representante de una generación de productores que vio nacer la fruticultura moderna de la zona y si bien, ahora el campo está en manos de Sebastián, no deja un día, como el mismo señala, sin visitar el predio.
“Este es un huerto de cerezas de 4 hectáreas en este predio, con variedades Santina, Lapins y Bing”, explica Sebastián. En total, la empresa maneja 8 hectáreas en dos campos contiguos. La Santina –la variedad más temprana del proyecto– es la que en estos momentos están terminando de cosechar, gracias al apoyo de mano de obra boliviana y chilena, especialmente a cargo de mujeres.
Para esta temporada, el rendimiento bordea los 14.000 kilos por hectárea, una cifra más que es “aceptable”, especialmente en un año catalogado como complejo por los productores. Mientras muchos comparan la temporada con un 20% menos de fruta respecto al ciclo anterior, Sebastián reconoce que su caso es “atípico”: en Santina van cerca de un 20% arriba en producción.

El desafío, advierte, no es solo producir más kilos, sino hacerlo con calibre y condición comercialmente atractivos. “Uno tiene que producir la mayor cantidad de kilos con la mejor calidad posible y el mejor calibre posible. Y eso es súper difícil, porque mientras más uno produce, generalmente la calidad y los calibres tienden a bajar”.
El equilibrio entre productividad y tamaño es clave para que el huerto sea rentable, más aún cuando el 90% o más de la fruta tiene como destino China, un mercado donde el calibre y la condición marcan la pauta de precios.
En Las Rosas la temporada no termina cuando sale la última caja de cerezas. Apenas concluye la cosecha, el equipo entra de inmediato a la etapa de poda. “Terminamos de cosechar y partimos al tiro podando”, comenta Sebastián. El objetivo principal es despejar ramas que impiden la entrada de luz al interior del árbol. Esa luminosidad en verano es clave para que las yemas frutales se diferencien correctamente y se “programe” la cosecha de la temporada siguiente, explica Sebastián Fuenzalida.

El trabajo de postcosecha en el huerto incluye:
Poda de verano, orientada a balancear carga y luz.
Aplicaciones de nutrición, para reponer reservas del árbol.
Bloqueadores solares, para mitigar el daño por radiación.
Bioestimulantes y protección fitosanitaria, para mantener el huerto sano frente a plagas y enfermedades.
El manejo hídrico es otro eje crítico. Hace cuatro o cinco años sufrieron una sequía severa que obligó a reorganizar el riego. Hoy el sistema se basa en turnos de agua compartidos con los vecinos y en la acumulación en grandes piscinas, para luego aplicar un riego eficiente a través de microaspersión, maximizando cada litro disponible.
A diferencia de muchos proyectos más modernos, el huerto de los Fuenzalida no está techado. La decisión no es agronómica, sino económica y operativa. “Techar una hectárea puede costar del orden de 30.000 dólares, más la mano de obra para operar los techos”, detalla Sebastián. En un proyecto de 8 hectáreas, esa inversión se vuelve especialmente alta, y además se requeriría más personal para manejo de cubiertas en plena temporada, momento en que la mano de obra es escasa.
En plena cosecha trabajan alrededor de 60 personas entre cosecheros, seleccionadores y personal de planta que apoya el proceso.

La historia del huerto no sería igual sin Copefrut. La familia Fuenzalida lleva más de 40 años vinculada a la empresa, primero a través del abuelo de Sebastián, luego con don Carlos y hoy con la nueva generación.
Originalmente, explica, estos campos tenían plantaciones de cerezo Corazón de Paloma, árboles enormes –de cerca de seis metros de altura– destinados al mercado interno. Con la apertura de los mercados y el desarrollo exportador, de la mano de Copefrut, el proyecto migró hacia variedades modernas aptas para exportación, como Santina, Lapins y Regina.
“Copefrut nos ha apoyado financieramente, comercialmente y técnicamente. Gracias a eso hemos podido renovar el huerto, mantenerlo rentable y tener una fruta que cumple con las exigencias del mercado”, dice Sebastián Fuenzalida.
Hoy, el objetivo de la empresa es seguir creciendo en productividad sin cambiar la superficie: en los próximos dos a tres años esperan aumentar alrededor de un 30% el volumen producido, únicamente a través de un mejor manejo agronómico, nuevas herramientas de nutrición y tecnologías de monitoreo.

Una ventaja competitiva del Huerto Las Rosas y de quiénes produces en esa zona, es su cercanía a la planta de Copefrut en Curicó: apenas tres kilómetros los separan. Eso permite que la fruta llegue rápidamente a la recepción industrial, donde comienza la “carrera” de la postcosecha.
Desde la cosecha manual y la primera selección en el huerto, pasando por el transporte y el ingreso a la planta, cada decisión busca un objetivo común: que la cereza conserve su firmeza, sabor y condición por 35–40 días de viaje hasta China, el principal destino de la fruta chilena.
Durante el recorrido en la planta de Copefrut, Frutas de Chile, fue recibido por el equipo de gerencias comerciales, operativas, industriales, de postcosecha, agroinsumos, prevención de riesgos, comunicaciones,etc.
Manuel Ibáñez, gerente de Operaciones de Copefrut, explicó que el proceso de la cereza parte en la zona de recepción, donde la fruta se clasifica según sus atributos y se asigna a los distintos programas comerciales. En esta etapa también se enfría mediante una especie de “ducha de agua fría”, con el objetivo de hidratarla, sanitizarla y, sobre todo, bajar su tasa respiratoria para que entre en una especie de “letargo” que le permita soportar los 35–40 días de viaje hasta China.
Luego, la fruta pasa a cámaras de frío y entra al proceso industrial propiamente tal, donde se utiliza un selector electrónico de alta tecnología que analiza fruto a fruto, tomando entre 15 y 20 fotos por cereza para clasificarla por tamaño, color y defectos. Después de esa selección, la fruta se embala en distintos formatos de acuerdo con las exigencias de cada mercado o programa comercial.
Ibáñez destacó que, una vez embalada, la cereza pasa a un proceso de sellado en bolsas de atmósfera modificada, que es “la clave técnica” para su conservación: la bolsa cambia la concentración de gases en su interior y, combinada con el frío y una proporción reducida de oxígeno, permite que la fruta no dure solo 5 días en un refrigerador, sino hasta 45 días en almacenaje.
Posteriormente, las cajas pasan al paletizado, se someten a un enfriado en túneles de aire forzado hasta acercarse a 0 °C y se llevan a la zona de acopio en cámaras de frío, donde esperan el despacho. Cuando llega el pedido comercial, esa fruta se carga en un contenedor y se embarca, previa inspección del SAG según los protocolos fitosanitarios de cada país de destino.
Ibáñez, subrayó que, aunque el flujo se ve “simple”, detrás hay un alto nivel de industrialización y tecnología, muy distinto a la imagen más artesanal que suele tener el público sobre el manejo de la fruta.

La visita a Las Rosas y a la planta de Copefrut mostró con claridad que la calidad no se juega solamente en la línea de proceso. Se construye desde:
La definición de variedades y densidad de plantación.
Las decisiones de poda y carga frutal.
El manejo de agua, nutrición y sanidad.
La logística de cosecha y el correcto momento de corte.
La rapidez en la entrada a frío y los protocolos industriales.
José Antonio Vicente, ingeniero agrónomo de Copefrut parte del equipo de acompañamiento de productores de la compañía, explicó que «en Copefrut cada integrante de este equipo tiene una cartera de clientes que son visitados mensualmente y se van acompañando todas las labores que se realizan en el campo durante el año, poda, raleo, programas fitosanitarios y nutricionales. Lo importante es que le entregamos asesoría técnica para obtener los mejores resultados, no dejándolos solos en ningún momento del año para obtener la mejor calidad de fruta y que llegue en excelentes condiciones, principalmente al mercado chino».
En el marco de sus 70 años, Copefrut –que nació en 1955 como una cooperativa de agricultores de la zona centro sur para exportar directamente la fruta de sus huertos, y que hoy es una de las exportadoras relevantes de Chile, con más de 300 productores que cultivan diferentes variedades frutícolas, y que se encuentran principalmente en 3 zonas (entre el sur de la Región Metropolitana y la Región del Maule). Copefrut sigue apoyándose en productores como la familia Fuenzalida para sostener una propuesta de valor, en este caso ofrecer cerezas consistentes y diferenciadas en mercados cada vez más exigentes.
Lo que parte en un árbol en la zonas del Maule, podado con precisión y regado con agua cuidadosamente acumulada en piscinas, termina semanas después en la mano de un consumidor en Asia que como una cereza firme, dulce y crujiente. Esa es, en definitiva, la historia del campo a la mesa que esta visita permitió ver de cerca.
