Que el kiwi es rico en vitamina C y fibra ya es casi un lugar común en la fruticultura. Lo novedoso es que, en los últimos años, este fruto de la familia Actinidia se ha ido posicionando también como una “fruta funcional” ligada al buen dormir, abriendo nuevas oportunidades para comunicar sus atributos frente a consumidores cada vez más atentos a la salud y al bienestar.
Uno de los trabajos más citados en este ámbito fue publicado hace más de una década, en la revista Asia Pacific Journal of Clinical Nutrition. El estudio, realizado por investigadores de la Universidad Médica de Taipéi, evaluó el impacto del consumo de kiwi en adultos con problemas de sueño, y es hoy la base científica de muchas recomendaciones que se escuchan en medios y redes sociales.
La investigación reclutó a 24 personas entre 20 y 55 años, con dificultades declaradas para dormir. Durante un periodo de cuatro semanas se les pidió mantener su vida cotidiana habitual, con una sola consigna: comer dos kiwis una hora antes de acostarse, todas las noches.
Para medir los cambios en el descanso, los investigadores aplicaron tres herramientas:
la versión china del Índice de Calidad de Sueño de Pittsburgh (CPSQI),
un diario de sueño de tres días,
y un actígrafo, dispositivo tipo reloj que registra movimientos y permite estimar de forma objetiva las fases de sueño y vigilia.
Tras el mes de intervención, los resultados fueron contundentes:
El puntaje global de mala calidad de sueño disminuyó en torno a un 40 %, reflejando un descanso más reparador.
El tiempo que los participantes tardaban en quedarse dormidos se redujo aproximadamente en un tercio.
El tiempo total de sueño nocturno aumentó alrededor de un 13 %.
La eficiencia del sueño —el porcentaje de tiempo en cama que efectivamente se pasa durmiendo— mejoró en unos 5 puntos.
En palabras simples, quienes comieron kiwi regularmente antes de acostarse se durmieron más rápido, durmieron más horas y se despertaron menos durante la noche.
Los autores atribuyen estos efectos a la combinación de serotonina natural, antioxidantes y folatos presentes en el fruto, compuestos que participan en la regulación de los ciclos sueño–vigilia y en la protección frente al estrés oxidativo, un factor que también impacta en la calidad del descanso.
Aunque el trabajo de 2011 fue pequeño y sin grupo placebo —algo que los propios investigadores reconocen como una limitación—, encendió una línea de estudio que hoy continúa. Ensayos más recientes han observado que el consumo de kiwi puede modificar metabolitos de serotonina y melatonina en orina, así como parámetros de sueño en jóvenes y en deportistas de alto rendimiento.
Un estudio publicado en Frontiers in Nutrition en 2023 analizó los efectos agudos del kiwi fresco y deshidratado sobre el sueño, el estado de ánimo y marcadores urinarios en hombres jóvenes, encontrando cambios en metabolitos relacionados con serotonina y melatonina.
Ese mismo año, otra investigación en la revista Nutrients evaluó el consumo de kiwi en atletas de élite, reportando un impacto positivo en variables de sueño y recuperación post-ejercicio tras cuatro semanas consumiendo dos frutos antes de acostarse.
Esta evidencia incipiente ha llevado a que médicos, nutricionistas y especialistas en sueño incorporen al kiwi dentro del grupo de alimentos que pueden apoyar una buena higiene del sueño, junto a lácteos fermentados, frutos secos y cereales integrales. De ahí surge, por ejemplo, la ahora popular combinación de kéfir con kiwi, avena y nueces, divulgada recientemente en medios como La Nación y respaldada por especialistas en microbiota.
Para los países productores de kiwi – China, Nueva Zelanda, Italia, Grecia y en el caso de Chile en los mercados de contraestación—, este tipo de investigaciones abre una ventana interesante. Ya no se trata solo de vender una fruta fresca por su sabor o su contenido de vitamina C, sino de posicionarla como un ingrediente funcional asociado a mejor descanso, digestión y salud inmune.
La conclusión general de la evidencia es clara: incluir kiwi en la alimentación nocturna, especialmente unas horas antes de dormir, es una estrategia simple, segura para la mayoría de las personas y con un respaldo científico creciente como aliado del buen descanso.